Jan y Mel caminaban por las callejuelas del Raval de
Barcelona. Era pasada media noche y la actividad de marcha en la zona más
bohemia y pintoresca de la ciudad de un viernes, iba en auge.
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¿A dónde me llaves, Jan?
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¡A un local que te va a flipar, colega!
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Pero si estamos sin dinero de nuevo – respondió Mel
mostrando a su amigo los bolsillos vacíos – en casa de Pai Mei es gratis, y
también es un buen local.
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Bah… tonterías. Me deben un favor... no nos costará
nada. No te preocupes. Además, el chino sólo tiene hojas de plantas secas
remojadas en agua caliente… eso nunca me pintó bien, me lo bebo para no
ofenderle. Ya sabes… el honor y todas esas chorradas del Feng Shui, pero
siempre que puedo me lo guardo en la boca y luego lo echo en esa maceta, la del
árbol diminuto que tiene en la tienda. Es mejor para la planta que para mí,
crece poco, yo creo que no la riega. ¡Nunca tiene birras en la nevera, tío!
¡¿Te lo puedes creer?! ¿Tú crees que es normal? Y no es un local de copas, sólo
tiene rollos de libros, allí no hay ambiente.
Mel iba a contestar y corregir en un par de detalles a su
amigo, pero no quiso romper aquel momento, en el fondo tenía razón. Aunque a él
si que le solía gustar el té, la mayoría de veces, pues en otras ocasiones le
parecía que aquello era peor que tomar lejía con pajita. No porque estuviera
malo, sino porque sus papilas gustativas en ocasiones se alteraban de tal
manera que percibía los sabores de maneras muy extrañas.
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¡Ya hemos llegado!
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¿Estás de broma, no?
La entrada al pub no daba mucha confianza. Fuera había un
grupo de gente fumando y otro que hacía cola. Había un poco de cada tribu
urbana mezclada con gente normal y algunos entre ellos vestían con complementos
de ropa de época. El local no tenía desperdicio.
“La prisión de los locos” se llamaba el bar. Una reja
metálica con barrotes era la puerta de entrada. Y el ventanal gigante de seguridad que ofrecía vistas del interior
del bar también tenía barrotes. Los cristales eran opacos, con lo que poco se
podía ver de lo que ocurría en el interior, salvo por los huecos que
ofrecían algunas frases escritas sobre
estos. Se podían leer del revés algunas de ellas, otras se leían desde fuera:
“No entres aquí, incauto”, “Márchate, aún estás a tiempo”, “Si incumples las
normas serás encerrado de por vida”, “Conseguí escapar, vi el resplandor en
otro lugar”, “Veo gente muerta”, “Quédate a jugar con nosotros”, “Hola, Clarice”,
“¡Y está vivo!”, “Ven, acá abajo todos flotamos”, “Suena el teléfono y alguien
dice: Morirás en siete vidas”, “¿Por qué está preocupada por una simple
pesadilla? ... La puerta la custodiaba un segurata de dos metros de altura,
cuadrado por todas partes. Vestía con ropa de carcelero hospitalario de los
años cuarenta o cincuenta. Y con una porra en la mano y cara de pocos amigos,
cacheaba a todo el personal que iba entrando. Todos tenían que enseñar su pase,
que llevaban colgado al cuello en una funda de plástico, justo debajo de un
texto que podía poner: “Pase de visita”, “Inspector de prisiones”, “Pase de
sacerdote”, “Nombre del preso y número de preso”, u otras cosas similares, en
algunos incluso venía una reseña que venía a ser un historial psiquiátrico o
bien carcelario. Parecían tener algún tipo de patrón, y todos los pases habían
sido imprimidos por los propios clientes desde la página web que anunciaba el
local bajo el propio nombre del pub. Posiblemente las reservas para entrar se
hacían vía internet. En la entrada aparecía el nombre, edad, altura, sexo,
estado civil y número de autorización en código de barras. El carcelero leía el
código con un lector, verificaba que era correcto y dejaba pasar a la gente.
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¿Pero dónde me has traído, Jan?
Jan rio alegremente y dio una palmada en la espalda a su
amigo.
-
¿A qué impresiona, eh? Pues aún no has visto el
interior – dijo acercándose a la puerta y entregó un pase que colocó en el
cuello de Mel y otro se lo puso él - Vamos, que nos toca.
-
¿“Permiso de Vis a Vis”? – preguntó Mel leyendo su
entrada – y el tuyo: “¿El amo del calabozo?”
Efectivamente el bar por dentro era increíble. Estaba
decorado hasta el último detalle. Había máquinas de tortura por un lado
ambientando la sala, vigas de madera o metal, cadenas colgando del techo,
puertas con reja, algún maniquí muy bien definido colgando del techo,… Por
otro, la barra del bar era parecida a los comedores de los hospitales
psiquiátricos antiguos. Por un lado, había una garita donde los clientes pedían
la consumición y les entregaban un ticket. Y con ese ticket luego ibas a otro
mostrador donde te daban lo que habías pedido. Esto era si querías pedir en
barra, pues también podías pedir en las mesas y venían camareros o camareras
vestidos de enfermeros también de psiquiátrico carcelario. Había algunas
pantallas de televisión, donde se podía ver películas sin voz de terror, tanto
antiguas como modernas. Y las paredes tenían unos grandes ventanales reforzados
con metal y atornillados, a través de los cuales, se podían ver unas
ilustraciones bastante realistas de diferentes personajes de ficción de
películas de terror.
Jan y Mel se sentaron en una mesa vacía. Las sillas eran las
típicas de hospital, y la mesa era una mesa de autopsias. Incluso había una que
una de las sillas tenía correas de sujeción y al lado de la mesa utensilios
para una lobotomía y otra preparada para electroshocks. Era un lugar
interesante y algo retorcido a la vez. Luz tenue por un lado ideal para
charlar; y de vez en cuando algún foco que se encendía de pronto, se paraba la
música ambiental, bajaba la intensidad de la luz y los Ojos de Sauron comenzaban
a buscar en el bar al compás de una nueva sonata de terror y dance, y en una
pequeña pista de baile la gente empezaba a animarse y moverse al ritmo de la
música.
-
Joder, Jan, te has superado esta vez
-
Bah, tonterías – contestó Jan quitando importancia
-
¿Has traído a Ia a este sitio? - pregunto Mel todavía asombrado y mirando
cada detalle del local. Les acababan de servir dos jarras de cerveza casi
glacial. Miró con curiosidad unas cadenas y grilletes en la pared y algunas
esposas en alguna mesa. Se preguntó para que se utilizarían.
-
Colega… - Jan sonrío, levantó la jarra e hicieron un
brindis – no creo que a ella le gustara. En realidad quería enseñarte este bareto
para que trajeras a Chili en tu cita, seguro que a ella este sitio la pone.
-
¿Mi cita? – Mel río – Pero si es súper borde… me ha
rechazado un montón de veces… mira que le pongo todo mi encanto, pero…
-
Calla ya, tío, disfruta del sitio. ¿Es ideal para
ligar, no crees? Todo el mundo lleva algunos datos personales escritos en los
pases de entrada, algunos incluso añaden datos opcionales, como el número de
teléfono – dijo sonriendo Jan.
-
Tu no cambias… - sonrió y bebió de su jarra, exclamando
asqueado de lo que bebía - ¡Esto sabe a pis! ¡El sitio es guay, pero la cerveza
es orina de barril! – de nuevo, el sentido del gusto traicionaba al pobre de
Mel.
-
La cerveza es buena, colega, y yo soy fiel a Ia, pero
mi simpatía es innata– Mel ponía caras extrañas después de haber catado la
cerveza - Pero déjala a un lado y pide otra cosa si no te gusta, tío… no te
tortures más…
Mel pidió otra copa para tomar. Pidió una mezcla extraña de bebidas. Continuaron la
velada rememorando viejas historias y hablando de proyectos de futuro.
-
Este sitio le encantará a la “rarita” de Chili, ya
verás… yo hablaré con ella. Seguro que te da una oportunidad y te podrá conocer
de verdad, amigo, aunque de sinceramente, no sé qué ves en ella. Esta buena,
sí, no te lo negaré, pero tiene un carácter… no la has visto en los ensayos con
su grupo – Jan miraba de reojo a las camareras, el alcohol comenzaba a hacer
efecto después de beberse su cerveza y la de Mel – Le regalaré la calavera de
cristal que encontramos en la
Antártida, esa que tanto le gusta… seguro que así te concede
una cita romántica - dio otro sorbo a la
jarra.
Una de las camareras le guiñó el ojo y le pasó una nota a Jan junto
a una nueva jarra de cerveza y se retiró para seguir con su trabajo.
-
Pero si es… - Mel miró a la enfermera. Con aquel
vestido blanco ceñido, el pelo recogido bajo un gorrito ridículo y la ausencia
de maquillaje, no la había reconocido, pero fijándose mejor se dio cuenta de
que era Ia.
-
¡Si tío y mira lo que pone en la nota: “mi turno acaba
a las 2.00 h, guapo”! – dijo Jan con una sonrisa de oreja a oreja.
-
Joder, nunca entenderé el rollo raro que os traéis entre
manos vosotros dos – y también río a carcajadas – ¿por lo menos, me
acompañareis a casa de Pai Mei, no?
Estos son unos dibujos, que hace unos años hice como ejercicio de ilustración. El tema era ambientar un bar o local atípico. Inventar el tipo de local, ambientación y que tipo de decoración tendría.