Jan se había pasado casi todo el día paseando por las
antiguas calles del gótico de Barcelona. Había callejeado buscando en alguna de
las tiendas un regalo para Ía. Ella tenía siempre un montón de detalles con él.
Lo último fue en San Jordi aquel libro de supervivencia, y entre otras cosas
como notas graciosas o unas botas nuevas, lo que más le gustaba era el colgante
que pendía de su cuello; se lo había regalado algún tiempo después de comenzar
su relación. Significaba mucho para él, más de lo que se atrevía a imaginar. Aquella
curiosa filigrana que asemejaba un reloj de arena no sólo era un símbolo de
amor entre los dos, sino también una imagen que le hacía recordar algo de otra
vida, o de otras vidas. Aquellas vivencias pasadas que a veces percibía como un
sueño, se dibujaban con mayor nitidez cuando estaba con Ía. Jan comenzaba a
tener la certeza que ella no era un amor pasajero, ni siquiera el amor de
“hasta que la muerte os separe”, era mucho más. Era un amor que había nacido
hacía mucho, sus almas se habían encontrado por primera vez en alguna época de
algún siglo pasado, y por razones que desconocía, sabía que algo se había
interpuesto entre los dos. Sin embargo, a pesar de todo, el destino los volvía
a unir.
Jan nunca había pensado en todo aquello detenidamente hasta
que se encontró entrando en una tienda de objetos de decoración, aromas, perfumes,
hierbas aromáticas, tes e infusiones, inciensos, muebles antiguos, libros
viejos, cuadros, ilustraciones, telas y ropas de diseños exóticos, y un montón
de cosas más, todo manufacturado por diferentes creadores de Barcelona. El
local era muy amplio, y reciclaba un antiguo horno en desuso. Aquel negocio
ponía a relucir el joven y desconocido talento de muchos artistas sin nombre.
Muchas de las cosas que habían expuestas a la vista se tenían precios elevados, pero la exclusividad tenía
un coste. Gran parte de lo que había a la venta no estaba hecho ni en moldes y
ni en serie, sino pieza a pieza y mano a
mano. Incluso los vestidos que seguían el mismo patrón, cosidos por diseñadores
desconocidos, tenían matices que los diferenciaban unos de otros, ya fuera por
los tintes o porque llevaban dibujos exclusivos para esa pieza.
Merodeando entre tantos objetos, Jan se detuvo ante una
pieza que le llamó la atención. Se trataba de un incensario hecho de madera.
Parecía una nave marítima algo deformada que estaba arropada por unos troncos
de árbol con ramas que parecían fuertes brazos acabados en manos que abrazaban
el barco. Tenía muchos detalles, entre estos unos graciosos ojos escondidos
entre hojas pequeñas que imitaban a unas cejas y pestañas. Acompañado de este
objeto para quemar incienso iba una carta escrita en papel, que parecía antigua,
imitaba a un pergamino. Jan leyó la leyó. Supo al acabarla que aquello le
encantaría a su novia. Iba a tener que hacer algunas horas extras en el
Noctámbul, pero merecía la pena. Su amor por Ía era incondicional e iba más
allá del tiempo, de la vida y de la muerte. En la ciencia hay numerosas
formulas que lo miden casi todo, incluso
la mayoría de los fenómenos de la naturaleza, sin embargo nadie ha podido
desarrollar una fórmula que pueda medir una de las fuerzas más brutales del
Universo: el amor.
“Sobre
la corteza arrugada que se desprende de nuestros cuerpos, con la salvia que
todavía fluye por nuestras venas entrecruzadas, escribo esta carta. Viajará por
el mar, a merced de las olas caprichosas, y volverá a la tierra, donde
alimentará el espíritu de nuevas historias de amor eterno.
Hace
tiempo que navego sobre las aguas que bañan el mundo, perdida y sin rumbo,
hasta que noté de nuevo el fuerte abrazo de mi amado y que me devolvió a la
vida. Siento el calor de su sangre alimentando la mía. Siento el ardor de su piel
ancestral acariciando mi piel. Es diferente a como la recordaba, pero es la
suya. Nuestro amor es recio como el ramaje que envuelve mi cuerpo. Nuestro amor
es verdadero.
No
recuerdo la primera vez que levanté las raíces de la tierra para explorar el
mundo. No recuerdo por donde viajaban mis pensamiento, pero si recuerdo el
momento en el que conocí a mi inmortal y fiel compañero. Me viene a la memoria la agradable dureza de su tez al
contacto con la mía. Notando sus afectuosos brazos, fuertes, conduciendo los míos
hacia el cielo abierto, guiándolos hacia la luz cálida del sol. Escuchando el
murmullo de sus brotes jóvenes. Imagino la primera vez que danzamos juntos,
como nuestras pieles desnudas bajo el cielo cubierto de estrellas, con la
gracia del viento, y la dulce melodía que improvisaba la naturaleza viva y
salvaje. Compartimos nuestro tiempo, nuestras vidas, éramos dos y éramos uno.
Unimos nuestras raíces en un sueño maravilloso al mismo tiempo que todo giraba
a nuestro alrededor y todo cambiaba.
Desperté
una mala noche y él no estaba a mi lado. Lloré todas mis hojas. Perdí la
esencia de mi ser. Me sentí mareada, perdida en un mar agitado, revuelto y tormentoso.
Amputaron mi cuerpo de la tierra haciendo que olvidara quien era yo. Intente
despertar de aquel mal sueño. Intenté dejar atrás aquel lastre que me había
sepultado, grité el nombre de mi amado, lloré de nuevo e inundé el mar de dolor
dejando un viejo rastro ambarino tras mi paso. Modelaron mi carne de madera y
me transformaron. Ya no podía elegir el rumbo de mi vida. Poco a poco noté el
dulce sopor que embriagaba mis ramas rotas, y un espejismo me atrapó para
siempre.
Entonces
un día desperté de nuevo sintiendo su candido abrazo. Desde las tierras más
lejanas había cruzado el mundo, tierra y mar, dejando atrás sus raíces hasta
encontrarme. Ahora nos balanceamos al son de las olas del mar, a la deriva, abrazados,
inseparables. Me encontró mi amado. Su salvia es fuerte y la comparte conmigo.
Vuelven a brotar nuevas ramas jóvenes sobre mi tronco. La vida vuelve a la
madera quebrada de mi ser.
Siempre
mío, Tall Verd
Te
quiero
Siempre
tuya, Fulla Lila"
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